La desamortización es el proceso a través del cual las
tierras de la Iglesia o de los morgados nobiliarios que hasta entonces no
podían venderse ni dividirse, pasan a estar en el mercado libre. Estas tierras
solían estar en poder de manos muertas, es decir, no eran explotadas
correctamente. Este largo proceso social y económico fue iniciado el 1878 por
el valido Godoy para poner remedio a la crisis financiera en el reinado de
Carlos IV y llegó a su fin en la primera mitad del S.XX.
La desamortización consistió en la expropiación forzosa y
subasta pública de las tierras y bienes hasta entonces inalienables; es decir,
propiedades en condiciones de manos muertas por parte de la Iglesia o morgados
nobiliarios. En otros países sucedió un fenómeno de características más o menos
similares. Su finalidad fue acrecentar la riqueza nacional y crear una
burguesía y clase media de labradores propietarios. Además, el estado obtenía
unos ingresos extraordinarios con los que se pretendían amortizar los títulos
de deuda pública.
La desamortización se convirtió en la principal arma
política con que los liberales modificaron el régimen de la propiedad del
Antiguo Régimen para implantar el nuevo Estado liberal durante la primera mitad
del siglo XIX.
Fue usada principalmente para vender las propiedades de la
Iglesia a la clase burguesa, que así pagaría impuestos además de darle uso
comercial y industrial a esa tierra. Así, el estado obtenía unos ingresos
extraordinarios con los que se pretendían amortizar la deuda pública. Los
ingresos se efectuaron a través de dos procedimientos: la subasta al mejor
postor (el cual solía estar decido incluso antes de la subasta), y la redención
por el censatario cuando se trataba de derechos.
Las desamortizaciones hicieron que España viese rotas sus
relaciones con el Vaticano en varias ocasiones a lo largo del siglo XIX. Las
principales desamortizaciones en este tiempo fueron las de Mendizábal y Madoz.
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