Como todo fraude, el electoral, consiste en una o más
maniobras engañosas o maquinaciones, para lograr en este caso, cambiar el
resultado que hubieran tenido los comicios sin esas intervenciones ilícitas. Es
un delito con fines políticos y en contra de la democracia, pues atenta contra
la real voluntad de la mayoría popular. Muy común a través de la historia y en
diferentes países, consiste en prácticas diversas, como hacer desaparecer
sufragios, aparentar el voto de personas fallecidas, que “lo emiten” a través
de otras personas, adulteración de las actas donde deberían constar los
resultados reales, no colocar boletas de ciertos partidos, realizar promesas a
los votantes a cambio de inclinar su voluntad hacia determinado candidato,
etcétera.
La concreción electoral del caciquismo español era tan sólo
una de las múltiples formas de manifestarse la influencia de los caciques en
una sociedad de clientelas. En un sentido amplio, la estructura de clientelas
en la sociedad española no se creó en la época de la Restauración, sino que hunde
sus raíces mucho más atrás, hacia mediados del siglo XIX, siglo en el que por
medio de la venta de bienes desamortizados, el clientelismo rural adquirió una
dimensión nueva, al afirmarse en el marco de una economía de mercado. Dentro de
una España predominantemente rural, las tierras de la Meseta central y del Sur
de la Península resultaron ser el campo abonado donde creció con mayor
comodidad el caciquismo, al que dirigieron ya desde finales del siglo XIX
críticas más violentas los hombres que pretendían reformar la política
nacional. El sistema cacique se consolidó en España durante la Restauración
(1874-1923). Los caciques se encargaban de controlar los votos de todas las
personas con capacidad de voto, lo cual era la base de la alternancia política
que la Restauración demandaba. Los caciques son personas con poder económico,
que cuentan con un séquito (gente que trabajan para él) formado por grupos
armados, capaces de intimidar a sus convecinos que saben que si las cosas no
transcurren según los deseos del cacique pueden sufrir daños físicos.
El régimen liberal español estuvo en todo momento, hasta la
Segunda República, y salvo breves y dudosos períodos intermedios, dominado en
cuanto se refiere a los procesos electorales por el fraude. El caciquismo era,
además de un sistema de estructuración de la sociedad nada igualitario, una vía
para poner en relación al mundo urbano, donde se tomaban las decisiones
políticas, con el rural. A través de las clientelas caciquiles llegaba hasta
los lugares más recónditos de la geografía española algo parecido a la
autoridad.
A pesar de lo que pudiera parecer, la red caciquil no fue
estática ni cerrada desde el primer momento, sino que es posible concebirla
como un conglomerado dinámico, que poco a poco parece ir consolidándose en el
tejido socio-político hasta hacer poco menos que imposible su desmembración a
manos de los gobernantes que quisieron intentarla. El «descuaje» de tan
vilipendiados mecanismos vendría de fuera de sus límites, con la irrupción de
formas políticas nuevas, y ni siquiera podemos estar seguros de que su
desaparición se produjera hasta la Guerra Civil, o incluso más tarde.
Los caciques compraban lealtades malversando fondos públicos
para fines privados en una red impenetrable de corrupción e influencias. El
resultado fue un sistema electoral ajeno a la voluntad de la mayoría de los
españoles, una administración ineficaz y una justicia al servicio de los poderosos.

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